Se le compara a veces con Jackson Pollock por las “pinturas
salpicadas”, incluso influidas por el Expresionismo Abstracto americano
de colores misteriosos y contornos ambiguos. Pero basta observar sus
obras con atención. O mirar uno de sus retratos más reproducidos, donde
se le ve como a un bello anciano de larga barba blanca, sosteniendo en
la mano, mientras dibuja absorto, el pincel, instrumento esencial para
la pintura y la caligrafía. Entonces se comprende que antes que
expresionista Zhang Daqian (1899-1983) es un pintor tradicional chino,
uno de los más sobresalientes y admirados en su país.
Esta semana su nombre, poco conocido por el gran público occidental,
saltó a las primeras páginas de los periódicos, porque sus ventas en
subasta fueron en 2011 las mayores, según datos de Artprice.
Era la primera vez en 14 años que ese puesto no lo ocupaba Picasso. La
música sonaba familiar. Puede que hace tres décadas la pintura
tradicional china estuviese disponible por una cifra hasta mil veces
menor que la actual, pero hoy los artistas de ese país se encuentran
entre los más cotizados en las casas de subastas. Y no hace tanto, otro pintor chino, Qi Baishi (1864-1957), fue noticia por lograr el tercer puesto en la lista de superventas del mercado artístico internacional, tras Picasso y Warhol.
No era la primera vez que los tres se encontraban. Se cuenta que en
1956 Zhang Daqian visitaba a Picasso en Niza. Llegaba sin avisar, igual
que los jóvenes, aunque Zhang fuera coetáneo del malagueño, un maestro
chino que, al mirar fascinado el trazo de Picasso, descubrió sorprendido
el influjo de Qi Baishi, entonces un nonagenario. El artista español
confesaba su admiración por el que consideraba “el mejor pintor de
Oriente”. A su juicio, nadie podía igualar el arte de los chinos. Por
eso nunca había ido a China, para no tener que compararse con él.
Tal vez Picasso no sabía que, pese a su destreza en la pintura
tradicional, Zhang Daqian estaba ya entonces muy impregnado por arte de
Occidente, del cual había aprendido una nueva forma de mirar que rompía
con el orden exigido en la pintura tradicional de su país, ese orden que
explicaba Shen Tsung-Chien a finales del siglo XVIII: “En un cuadro
bueno, bien planteado, todos los árboles y rocas, todas las hileras de
colinas y bosquecillos tienen un lugar muy definido, si bien los objetos
como tales son muy variables.” Desde su salida de China a finales de
los 40, Zhang Daqian había recorrido medio mundo - Argentina, São Paulo y
California-, perfeccionando una forma de hacer que desembocaría en las
“pinturas salpicadas”, tan características de su producción última.
Zhang Daqian había destacado desde siempre por su extraordinaria
ductilidad. Nacido en la provincia de Sichuán en el seno de una familia
que animó su dedicación a la pintura y la caligrafía, en 1917 se
trasladaba a Japón con su hermano mayor para aprender técnicas de color y
al poco tiempo viajaba a Shangai donde tenía la oportunidad de trabajar
con dos conocidos especialistas en pintura y caligrafía de la época.
Entraba en contacto con los grandes maestros clásicos, una de las
pasiones de su vida y que desde muy pronto conformaría su gran colección
de obras maestras de la tradición china, entre otras cientos de obras
de las dinastías Tang a Qing. Su coleccionismo es una faceta esencial
para conocer otro de los grandes secretos de su mano: las copias.
Tal vez en su caso se trataba más que de copias de auténticos falsos
que, cuenta la leyenda, son tan perfectos que siguen ocupando lugares de
privilegio en muchos museos europeos y norteamericanos. Desde luego su
mano poseía una destreza inusitada: lo comprobaba cuando sus primeras
copias de Shitao terminaban por engañar a los especialistas. Conviene
matizar aquí que la copia –y hasta el falso- tienen en China una
significación muy diferente de la que podrían tener en Occidente: sólo
los grandes pintores pueden ser grandes maestros de la imitación.
Quizás por eso, cuando a finales de los 50 empieza a desarrollar un
problema en la vista y se pone a trabajar en con sus “pinturas
salpicadas”, no le resulta difícil mirar hacia un lugar del todo
diferente. Se centra en las bellas manchas de color que luego retoca en
sus contornos, convirtiendo los misteriosos azules, verdes y marrones en
majestuosas montañas. Muchos ven a Pollock en esas pinturas, aunque
Zhang Daqian insistiera en nombrar al pintor clásico Wang Mo como fuente
de inspiración. Sea como fuere, esas “pinturas salpicadas” gozan de
inmejorable salud en el mercado del arte. Y también de influencia en las
nuevas generaciones, quién sabe si porque en su obra, como dijera
Shitao, “la tinta, al impregnar el pincel, lo dota del alma; el pincel,
al utilizar la tinta, la dota de espíritu.”Dra. Carolina Garcia.
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